Hay viajes que no se hacen por kilómetros, sino por intensidad. México fue eso para mí: un viaje emocional, sensorial y profundamente artístico. Aterrizar en Ciudad de México con una colección como Poder bajo el brazo no fue solo el cierre de un ciclo creativo, sino el inicio de una nueva etapa que me abrió los ojos, el alma y el corazón.
La muestra que llevé a Casa Gama no nació de un impulso rápido. Fue fruto de años de observación, de diálogos internos, de escuchas atentas. Poder es una colección que habla de las diferencias, pero no desde el exotismo ni la etiqueta, sino desde la profundidad de la experiencia humana. Quise poner sobre el lienzo lo que nos hace únicos: nuestras limitaciones, sí, pero también las luces que emergen de ellas.Cada obra es una historia. Historias de personas reales, de condiciones que muchas veces se nombran desde el déficit, pero que yo quise abordar desde la resiliencia, la creatividad, la belleza escondida. Desde el espectro autista a la piel de mariposa, desde la sordera a la dislexia, me interesaba narrar cómo cada diferencia es, en realidad, una puerta hacia otra forma de estar en el mundo.
En ese sentido, Poder no fue solo una exposición: fue un manifiesto visual. Una invitación a mirar más allá de lo obvio, a detenernos en esos matices que a menudo la velocidad del día a día no nos deja ver.
El trabajo de campo detrás de esta muestra fue intenso y profundamente humano. No quise quedarme en la superficie. Me documenté, hablé con familias, con personas que conviven con estas realidades, me sumergí en relatos, documentales, libros, emociones. Y de todo ese material no quise hacer una ilustración literal, sino una interpretación libre, emocional, donde lo simbólico y lo estético dialogaran. A veces, con dulzura. Otras, con crudeza.
Y entonces llegó la invitación de Casa Gama. Y con ella, la oportunidad de presentar Poder en un espacio donde la diversidad no es un discurso, sino una práctica viva. Lo que sucedió en México fue un encuentro de miradas. El público, generoso y entusiasta, conectó con las obras desde lugares muy personales. Ver cómo alguien se emocionaba frente a Burbuja, cómo otra persona encontraba fuerza en El hombre de hierro, cómo Silencio generaba reflexiones profundas sobre la comunicación… fue para mí un regalo que aún me acompaña.
Casa Gama fue más que una galería. Fue casa en el sentido más auténtico. Me sentí arropado, comprendido, estimulado. La profesionalidad del equipo, su cercanía, su compromiso con el arte y la inclusión hicieron que esta experiencia fuera inolvidable. A veces, los contextos cambian el significado de una obra, y puedo decir que en México mis cuadros se reescribieron bajo una nueva luz.
Y lo más bonito es que esto no termina aquí. Esta primera experiencia ha abierto una puerta para nuevos proyectos en tierras mexicanas. Hay ideas en el aire, colaboraciones futuras, ganas de volver y seguir tejiendo puentes entre ambos lados del océano. Porque cuando el arte encuentra un lenguaje común con otra cultura, el viaje apenas comienza.
Hoy, de vuelta al estudio, todavía llevo conmigo los colores del Zócalo, el aroma a maíz, las conversaciones con artistas locales, las miradas emocionadas frente a una obra. México se ha quedado en mi paleta, en mi piel y en mi proceso creativo. Lo próximo que pinte, inevitablemente, tendrá algo de allí.
Gracias a Casa Gama por creer, por cuidar, por abrir. Gracias a México por abrazar
Jordi Machí
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