14 jun 2025

Paco Roca, la tinta de la memoria. En el Instituto Cervantes


La memoria no siempre es un archivo ordenado. A veces es un collage de sensaciones, otras un eco borroso que reaparece con una fuerza que sorprende. Hace unos días, visité la exposición de Paco Roca en el Instituto Cervantes y salí conmovido. Como artista plástico, pocas veces he sentido que el trazo de otro artista dialogara tan directamente con mis propios fantasmas. Aquello no era solo una muestra de ilustraciones; era un testimonio dibujado de lo que significa recordar y, aún más, de lo que implica no olvidar.


En mi experiencia como artista, he aprendido que la materia prima del arte no siempre es visible: es la emoción, el relato íntimo, la necesidad de fijar lo efímero. Paco Roca lo hace con una aparente sencillez que desarma. Sus viñetas, cargadas de cotidianidad, esconden una precisión narrativa que rivaliza con la de los grandes novelistas gráficos europeos. Pero hay algo más en él: una capacidad poética para encapsular la fragilidad del paso del tiempo.

Lo que más me impresionó de esta exposición fue cómo el recuerdo —ese terreno tan inestable— se convierte en lenguaje visual. Roca no solo ilustra historias; reconstruye memorias colectivas a partir de gestos personales. Me quedé un rato largo frente a una secuencia en la que un anciano se detiene, absorto, ante un objeto que había olvidado poseer. Ese instante, que en mi obra suelo buscar con manchas, texturas o pliegues de color, él lo logra con líneas limpias y silencios narrativos. Fue ahí donde comprendí que la memoria es también un espacio plástico.

A lo largo de mi trayectoria artística he comprobado que lo más íntimo es, a menudo, lo más universal. Y eso es justamente lo que logra Paco Roca: conecta nuestras pequeñas historias con la Historia, la del exilio, la guerra, la pérdida o la reconciliación. En su serie La Casa, por ejemplo, uno se adentra en la despedida de un padre a través del despiece de un hogar. No hay discursos grandilocuentes, solo objetos, rincones, polvo... y, sin embargo, el impacto es devastador. En mi caso, siempre me ha obsesionado el lenguaje simbólico de lo cotidiano: la silla vacía, la puerta entreabierta, la luz que entra oblicua a una hora determinada. En esa exposición, Paco Roca me recordó por qué elegí ese camino.

Además, me hizo pensar en la función del arte como transmisor de la memoria histórica. En un mundo que corre hacia el olvido, el arte puede ser resistencia. No solo política, sino emocional. Dibujar para recordar, pintar para no callar, es también una forma de compromiso. Y en este punto, me sentí profundamente interpelado. 

Salí de la exposición con una sensación cálida en el pecho y cierta urgencia en las manos. Quise volver al estudio y ponerme a trabajar. No para imitarlo, sino para seguir investigando ese rastro invisible que dejan las emociones cuando pasan por la piel. Porque al final, como artistas, lo que hacemos no es tanto crear imágenes, sino generar ecos.

📍 Lugar

Instituto Cervantes (Madrid)
Sala de Exposiciones y Vestíbulo
c/ Alcalá, 49
28014 Madrid, España


Jordi Machí

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