Hay momentos en los que un color susurra más que mil palabras.
Me ocurre a menudo frente al lienzo en blanco, cuando el silencio de la materia todavÃa intacta me invita a escuchar. Porque antes de pintar, hay que aprender a oÃr. OÃr lo que no se dice, lo que no se ve. Y eso, para mÃ, es el principio de toda obra.
En mi experiencia como artista plástico, he aprendido que el arte no es solo lo que se muestra, sino todo aquello que queda en la frontera de lo no dicho. Como Jordi MachÃ, no me interesa únicamente lo evidente, lo ilustrativo. Me obsesiona, más bien, lo invisible: lo que tiembla bajo la superficie, lo que vibra sin nombre, lo que arde sin forma. Y los colores, cuando se usan con verdad, pueden hablar ese idioma secreto.
Colores que callan y colores que gritan
Durante años, trabajé con paletas vibrantes, incluso estridentes. Buscaba una explosión sensorial, como si el color pudiera compensar todas las ausencias del lenguaje. Pero poco a poco fui descubriendo otra dimensión: el poder del matiz. El susurro del gris que se asoma en una sombra; el azul que se deshace apenas al tocar el contorno de un rostro. Pintar no es sólo poner color: es también saber cuándo callarlo.
A lo largo de mi trayectoria artÃstica he comprobado que el uso del color es profundamente emocional. Hay dÃas en que el rojo me resulta violento. Otros en los que el mismo rojo se convierte en necesidad, en oxÃgeno. En mi obra, como Jordi MachÃ, uso el color como un espejo de estados internos: fragmentados, ambiguos, vivos. Porque el alma humana no es monocroma. Y la pintura, si es honesta, tampoco lo es.
Lo que no se ve también existe
He pensado muchas veces en lo que el arte tiene en común con la música. Una buena pintura, como una buena sinfonÃa, necesita silencios. Espacios donde no pasa nada, donde el ojo puede respirar. En ese vacÃo, algo ocurre. Algo se enciende.
Cuando trabajo en una pieza, me gusta dejar zonas abiertas, imprecisas. Como si el cuadro no estuviera del todo terminado. Como si invitara al espectador a completarlo con su mirada. Jordi Machà no pinta certezas: pinta preguntas. Ambigüedades. Recuerdos que quizás nunca existieron. Porque en ese juego de lo visible y lo invisible, el arte revela su verdadera fuerza.
Reflejo y desvÃo: lo que me enseñó la historia del arte
Pienso en los velos sutiles de Rothko, en la tristeza contenida de una atmósfera de Vilhelm Hammershøi, en el espacio abierto de Agnes Martin. Todos ellos, de alguna forma, pintaban el silencio. No uno vacÃo, sino uno lleno de sentido. Y yo, como Jordi MachÃ, me siento en esa tradición: la del artista que no quiere imponer, sino provocar. Que no grita, pero tampoco se calla. Que hace del color un suspiro, un estallido o una caricia, según el momento.
Invitación final
El arte, al final, no se trata de lo que vemos, sino de lo que sentimos. A veces una imagen nos golpea sin saber por qué. A veces un cuadro nos conmueve por lo que calla. Por eso pinto. Para intentar atrapar ese temblor. Para seguir buscando lo que aún no tiene nombre.
Si alguna vez te has detenido ante un color que parecÃa hablarte, si has sentido que un cuadro te comprendÃa sin decir nada… entonces sabes de qué hablo.
Y quizás, sólo quizás, en ese instante fuimos el mismo silencio.
Equipo Artblog
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